I
Desde hace algún tiempo, con poca disciplina, he intentado traducir a Robert Herrick, el poeta inglés del siglo XVII. Herrick es un autor virtualmente desconocido en nuestra lengua; con los dedos se cuentan las traducciones de sus poemas, todas ellas dispersas, fragmentarias y casi inasequibles.
Herrick es un autor del que mucho podemos aprender. Su poesía no es de esa Poesía con mayúsculas que se ancla en el Ser, esa Poesía que sólo da pasaporte a excesos, profundidades y trascendencias. No, nada de eso. La poesía de Herrick se antoja más terrenal, más saludable y amable. Herrick es un poeta que se sabe humano-demasiado-humano. Uno que, cuando canta al amor, habla de amores terrenales que festivamente se resuelven en la cama. Los pezones de su amada Julia, el sudor, el aroma y el vestido de la dama son temas de su poesía.
Anacreóntico quizás sea el adjetivo que mejor le convenga a nuestro poeta, pero es más que eso. Meditativo y pesimista por momentos, comparte un aire de familia con Ricardo Reis y los Rubaiyat. En sus versos palpita cierta ironía, mitad trágica y mitad cómica, que a los modernos nos hace mucha falta, tan serios como somos, tan llenos como estamos de temores y de culpas.
Traducirlo ha sido fatigoso. Si se traduce de manera literal, suena pedestre. Las delicadas aliteraciones del idioma inglés, la cadencia inglesa que alterna con soltura sílabas acentuadas y sin acentuar, le sirven a Herrick para vestir de esplendores imágenes de crudeza anatómica y hasta fisiológica. Traducir a Herrick es reescribir a Herrick; pulirlo hasta encontrar el tono que, en la lengua de este lado, capta la intención y el contenido del original.
Un poema de dos versos, de factura sin tacha y todo regocijo, puesto tal cual en español alcanza niveles de insólita banalidad:
HER LEGS
Fain would I kiss my Julia's dainty leg,
Which is as white and hairless as an egg.
Llevado, literal, al español, el poema suena así:
SUS PIERNAS
Gustoso besaría la pierna deliciosa de mi Julia,
la cual es tan blanca y tan lampiña como un huevo.
El adjetivo mismo que Herrick usa para referirse a la pierna de su amada ("dainty") es engañoso. "Deliciosa" es una manera de traducirlo. "Delicada" y "fina" son otras opciones, como también lo son "sabrosa" y "exquisita". ¿Qué se hace con un adjetivo que refiere de igual manera cualidades espirituales y culinarias?
No vale la pena enumerar las decenas de intentos por dar a la traducción una justa personalidad, acorde simultáneamente con el original y con oídos habituados a las sílabas redondas del español. El poema (cuya rima y métrica no representaron, por cierto, un obstáculo menor) quedó así:
SUS PIERNAS
Un huevo, limpio y blanco: así se mira
la deliciosa pierna de mi Julia
donde un beso, con gusto, le daría.
A otro le habría quedado mejor. Yo tuve que añadir un tercer verso, cambié la rima consonante por asonante y (lástima) no pude rescatar la métrica original, aunque sí encontré una medida nueva de 11 sílabas por verso. No se oye tan mal, ni nada falta: están presentes aquel huevo lampiño, la sabrosa pierna y el gustoso beso. Al menos fluye no exento de limpieza, y quizás tampoco exento de algún eco de la belleza que tenía el poema original.
Así fue como las blancas piernas de Julia, que acaso se desnudaron en una alcoba de Londres en aquel lejano 1600, saltaron el mar y los siglos y aquí, por labios que hablan español, serán otra vez besadas.
II
De Wislawa Szymborska es este poema, en la traducción de Abel A. Murcia publicada por el Fondo de Cultura Económica:
PRIMERA FOTOGRAFÍA DE HITLER
¿Y quién es este niño con su camisita?
Pero ¡si es Adolfito, el hijo de los Hitler!
¿Tal vez llegue a ser un doctor en leyes?
¿O quizá tenor en la ópera de Viena?
¿De quién es esta manita, de quién la orejita, el ojito, la naricita?
¿De quién la barriguita llena de leche? ¿No se sabe todavía?
¿De un impresor, de un médico, de un comerciante, de un cura?
¿A dónde irán estos graciosos piececitos, a dónde?
¿A la huerta, a la escuela, a la oficina, a la boda
tal vez con la hija del alcalde?
Cielito, angelito, corazoncito, amorcito,
cuando hace un año vino al mundo,
no faltaron señales en el cielo y en la tierra:
un sol de primavera, geranios en las ventanas,
música de organillo en el patio,
un presagio favorable envuelto en un fino papel de color rosa.
Antes del parto, su madre tuvo un sueño profético:
ver una paloma en sueños, será una buena noticia;
capturarla, llegará un visitante largamente esperado.
Toc, toc, quién es, así late el corazón de Adolfito.
Chupete, pañal, babero, sonaja,
el niño, gracias a Dios, está sano, toquemos madera,
se parece a los padres, al gatito en el cesto,
a los niños de todos los demás álbumes de familia.
Ah, no nos pondremos a llorar ahora, ¿verdad?,
mira, mira, el pajarito, ahora mismo lo suelta el fotógrafo.
Atelier Klinger, Grabenstrasse, Braunen,
y Braunen no es una muy grande, pero es una digna ciudad,
sólidas empresas, amistosos vecinos,
olor a pastel de levadura y a jabón de lavar.
No se oye el aullido de los perros, ni los pasos del destino.
El maestro de historia se afloja el cuello
y bosteza encima de los cuadernos.
La lección del día: entre la inocencia y la monstruosidad media un trecho demasiado corto; unos cuantos años, dos o tres ideas bien aprendidas, unos cuantos sucesos funestos. O quizás es otra la lección: que es una y la misma la naturaleza del bien y del mal. O acaso: que es imposible dilucidar la verdadera condición del mal, que su naturaleza es demasiado escurridiza, demasiado subjetiva, indistinguible. O que el bien y el mal son mera cuestión de perspectivas. O quizás: lo inexorable del destino; o en contrario: lo desastrosamente incierto que el futuro es, lo fácil que resulta torcer el rumbo y propiciar catástrofes y demonios. Los demasiados trucos del azar. Lo vacuo que resulta aún pensar en la esencial bondad del hombre y de la naturaleza.
Siempre me aturde aquella parte del poema que habla de las señales en el cielo y en la tierra. La mención del sol y los geranios, y el sueño de la madre, me llenan de una congoja helada, áspera, dura. Es demasiado cruel obligarse a contemplar el horror (que no se nombra) en las imágenes de una felicidad tan luminosa como doméstica y hasta trivial. Es bucear demasiado lejos, al fondo donde nuestras certidumbres diarias pierden todo significado y no hay lógica ni sentido común de los cuales echar mano para comprender.
Wislawa sabe bien cómo invocar a los monstruos.
III
El 17 de abril de 1979 fue declarado de interés nacional por la Presidencia de Argentina el Primer Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, próximo a celebrarse en octubre de ese mismo año en la ciudad de Córdoba.
Que un congreso de filosofía sea proclamado oficialmente como “de interés nacional” es toda una noticia y motivo suficiente para echar las campanas al vuelo. ¿Comenzaba a cristalizarse en la América Latina la perseguida alianza entre la filosofía y la política, entre el pensamiento y la acción? ¿El sueño que dos mil años atrás ya acariciaba Platón se hacía realidad en la Argentina?
Una inquietud, cierta desazón, una sensación de irremediable contradicción surge cuando las cartas se ponen sobre la mesa. El Presidente de la República Argentina era entonces Jorge Rafael Videla. Esto es 1979 y la junta militar lleva tres años en el poder. Faltarán aún cuatro años para que la democracia regrese a la Argentina y Videla sea juzgado por sus crímenes y condenado a la prisión perpetua. Esto es 1979 y estamos frente a un congreso de filosofía cristiana declarado de interés nacional por un gobierno apuntalado en las armas de una junta militar.
Impulsado y encabezado por la alta jerarquía eclesiástica de Argentina, con la intención de aglutinar "a todos los pensadores auténticamente católicos", el Congreso de Filosofía buscó desde el inicio el apoyo gubernamental, como consta en estas líneas escritas por el Dr. Alberto Caturelli, Presidente de la Comisión Ejecutiva encargada de organizar el evento (esta cita y las siguientes son del primer volumen de las memorias del Congreso, impresas por la Sociedad Católica Argentina de Filosofía entre 1980 y 1984):
En los preparativos transcurrió el año 1978 y era necesario interesar al Gobierno Nacional en una empresa que comprometía tan gravemente a la Argentina. Por ese motivo, en diciembre obtuvimos [Caturelli y Mons. Dr. Octavio Derisi, Presidente de la Comisión Organizadora] una entrevista con el Presidente de la Nación quien comprendió inmediatamente la trascendencia del Congreso y nos brindó su ayuda. En la nota que dejamos en sus manos hacíamos referencia a “la especialísima situación de la Argentina en medio de un mundo en crisis” y al papel que puede jugar el pensamiento católico en la construcción de su futuro. El 17 de abril de 1979, el Congreso fue declarado de interés nacional (p. 16 del primer volumen de las memorias).
Las mismas memorias cuentan que Videla asistió al primer día del Congreso. Estuvo en la misa inaugural, oficiada por el Arzobispo de Córdoba, Mons. Dr. Raúl Francisco Cardenal Primatesta, y en seguida acudió al Teatro Libertador General José de San Martín, donde pronunció el discurso de apertura. El discurso de Videla está incluido en las memorias. Habló de la búsqueda de la verdad, del bien común. Fue breve, puntual e irreprochable. “La filosofía sigue siendo uno de los pilares fundamentales de nuestra civilización”, añadió casi al término de su discurso.
Se impone preguntar qué llevó a un grupo de hombres sabios, presumiblemente comprometidos por convicción personal con la caridad y la verdad, a participar en un Congreso auspiciado por una dictadura militar. ¿Qué los llevó a Córdoba en 1979? Se entiende (porque ha ocurrido miles de veces en la historia) el vínculo que existía entre la jerarquía eclesiástica del lugar y los dueños del poder. De esa jerarquía y de ese vínculo emanó el Congreso. ¿Pero los demás? ¿Será que el anhelo sincero por fundar los pilares de una verdad que juzgaban incontrovertible hizo a los filósofos pasar por alto las circunstancias seculares del Congreso? ¿Una vez más el fin justificó los medios?
Conocí a uno de los filósofos que estuvieron ahí, Agustín Basave, hombre de cuya integridad moral e intelectual no tengo dudas. No dudo tampoco -no tengo razones para hacerlo- de la integridad de los demás asistentes al Congreso. Es propio de las dictaduras propiciar la apariencia de legitimidad; es fácil dejarse seducir y convencer por el hijo de puta en turno. En la hora de los impostores es difícil, si no imposible, aclarar responsabilidades, intereses y lealtades. La verdad, de suyo nebulosa, se torna aún más escurridiza y esconde sus evidencias. La paradoja de esta historia es la siguiente: la celebración misma del Primer Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, encaminado a establecer y proclamar los pilares de una verdad que a los congregados parecía tan clara, tan fácil de reconocer, está fundada en la ocultación de otras verdades, las verdades de los presos y los desaparecidos; las verdades de los libros quemados, de los hombres silenciados, la del doble discurso del gobierno y de su diplomacia, con sus acuerdos y sus compromisos no del todo declarados. La verdad misma se pudre. Cae del árbol, ligera, como un fruto hueco, como una mera apariencia, un simulacro de lo que pretendió llegar a ser.
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De poetas y de monstruos se publicó aquí: Armas y Letras 91-92
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De poetas y de monstruos se publicó aquí: Armas y Letras 91-92