De Alberto María Carreño (Alberto María Carroña, lo llamaban sus adversarios), historiador mexicano, transcribo aquí algunos párrafos del discurso que a los 30 y tantos años pronunció en la sesión solemne de la Sociedad de Geografía y Estadística, el 28 de abril de 1910, ante el General Porfirio Díaz, a la sazón Presidente honorario de la mencionada Sociedad (y también, por cierto, Presidente de México). El discurso fue recogido ese mismo año en el cuadernillo que ha llegado hasta nuestras manos y que se titula El peligro negro:
Vamos, pués, a examinar si sería conveniente para nosotros la inmigración negra, y para ello analizaremos en forma breve, las notas salientes de la raza y las dificultades que su existencia ha ocasionado á los países donde habitan blancos también. (p. 3)
Lo primero que ocurrió [en los Estados Unidos] después de que los negros quedaron libres, fué el aumento de su mortalidad; y un sabio etnólogo, Mr. Edward Fontain, llegó á la conclusión, después de haber estudiado el caso, de que sin duda la competencia que iniciaban con los blancos era la única explicación de quel fenómeno, porque 'siempre que una raza de tipo inferior ha estado obligada á competir con una superior, ya mezclada, ha desaparecido de la tierra.' Y no puede negarse la inferioridad de la raza negra. 'Es seguro, dice el Profesor Owen, que durante 300 ó 400 años debe haber tenido la raza negra oportunidades para obtener un avance; pero ha carecido de inteligencia para aprovecharlas... (p. 5)
Los defectos del hombre de color para los trabajos agrícolas son patentes, y esos defectos, así como sus vicios, son en todo semejantes á los del negro americano que habita en el Sur de los Estados Unidos. No sólo el negro es inepto para la recolección de los frutos, y resultan para él excesivas las labores que reclama el cultivo del tabajo, por ejemplo; sino que por naturaleza es perezoso é indolente, y los únicos trabajos para los cuales tiene mayor aptitud son aquellos que puede ejercitar fuera del campo. (p. 8)
Pero todavía debemos agregar: que una de las razones por las cuales los habitantes del Sur [de Estados Unidos] se oponían a la liberación de los negros se hacia consistir en que éstos, indolentes y perezosos, trabajaban, sólo, por regla general, cuando á ello se les obligaba por la fuerza. No puede negarse que los negros á quienes llama Lossing "nuestra grande y perpetua calamidad" fueran la causa de la guerra que ha costado mayores sacrificios de hombres y de dinero á los EE. UU. (pp. 9-10)El negro odia á los blancos con todos los odios de que es capaz; y como sabe que es la mujer lo que éstos más cuidan y respetan á ella escoge, cada vez que se presenta una ocasión propicia, como instrumento de sus anhelos por vengar los agravios de su raza [...] Y los atentados se suceden los unos á los otros: aun en las ciudades más populosas las mujeres suelen ser atacadas, no importa cual sea su edad, puesto que el negro sólo trata de herir al blanco en sus afectos. (p. 10)Estudiados todos estos antecedentes ¿puede convenir que el negro venga a establecerse en nuestra república? Indudablemente que no. Bastante árido es ya el problema indígena que México tiene que resolver, y respecto del cual nos hemos ocupado más de una vez en esta misma tribuna, para que lo compliquemos con la peor de las complicaciones. El indio, sufrido y paciente como pocos seres humanos, sería la primera víctima del negro, pues aprovechando esa humildad suya, éste trataría de ejercer en aquel los malos tratamientos de que antes había sido objeto de parte de los blancos en su propio país... (pp. 11-12)Por lo que respecta al peligro negro, debemos tener fe en que México se verá libre de él. Nuestro Gobierno, encabezado por el Sr. Gral. Díaz, Presidente honorario de esta sociedad, ha demostrado en más de una ocasión, que cada vez que surge algún problema de importancia, lejos de resolverlo con precipitación, lo ha estudiado con toda calma y aun ha solicitado el concurso de ciudadanos prominentes para que lo examinen también, como cuando se trató de establecer el actual sistema bancario; como cuando se pensó en modificar nuestra moneda; como cuando se ha deseado analizar todos los factores relacionados con el crédito agrícola; como cuando se presentó un problema semejante á este en que hoy nos hemos ocupado: el relativo á la inmigración china (p. 13)
Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Carreño, cuyo nombre lleva la Biblioteca de la misma Academia, falleció en la Ciudad de México en 1962. Francisco Fernández del Castillo, en sus Semblanzas de Académicos (Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, 313 pp.), escribió, acaso con involuntaria ironía, que Carreño falleció "el miércoles 5 de septiembre de 1962, a los ochenta y siete años de edad, cuando aún gozaba de completo vigor físico y de admirable diafanidad mental". La semblanza escrita por Fernández del Castillo, de la que hemos subrayado tan singular enunciado, está recogida en el sitio web Nuestros humanistas, publicado por la Universidad Popular Morelense.