Los poetas tendemos a ser esencialistas, a nombrar las cosas como presuntamente son o deben ser. Por eso llama la atención el título del primer libro del joven poeta mexicano Jacobo Molina, La (des)ubicación de las cosas, pues desde el inicio el poeta nos avisa que en su libro las cosas no se van a nombrar, no se van a señalar, sino que se nos aparecerán como desubicadas, como esquivas.
Hay una idea muy antigua que viene desde la antigüedad filosófica. Esa idea es la siguiente: el ser de las cosas, la realidad de la cosa, es inmutable. El movimiento, puesto que es cambio (cambio de lugar, de tiempo, de actitud, de situación), puesto que es transformación, solamente se empata con las cosas como un mero accidente de las mismas. Creo, leyendo La (des)ubicación de las cosas, que Jacobo busca refutar precisamente eso, que el ser de las cosas sea estático y que el acceso al conocimiento de las cosas mismas deba ser una contemplación de esencias. Intentaré dar pruebas de esto.
Hay en el último poema del libro –un poema largo, Nocturno (ácido) indefinido en Monterrey, y cuyo asunto central es, justamente, el movimiento, el deambular–, un como estribillo o leitmotiv que es el siguiente y aparece muchas veces: "Y fracturo el camino con dos pasos", y más tarde "Y fracturamos el camino con dos pasos". ¿Por qué me parece importante? Porque el camino no se aparece como algo hecho, como la esencia o la cosa denominada camino, sino que el caminante, la voz poética encarnada en el caminante, incide activamente en el camino, y de hecho incide con violencia: lo fractura. Como si nos dijera: la vía de acceso al conocimiento es el deambular (no el contemplar), y ese conocimiento implica por necesidad romper algo, alterar la cosa conocida –en este caso, el camino–, de tal forma que lo conocido, el camino, no vuelva jamás a ser el mismo. Y en realidad, ningún camino vuelve a ser el mismo una vez que lo recorremos, pues queda asimilado a nuestra experiencia y no lo recorreremos de la misma manera la próxima vez, no lo recorreremos con la misma ingenuidad, con el mismo asombro e inocencia, no: ya lo hemos violentado. Lo hemos des-ubicado para ubicarlo de manera definitiva –definitiva al menos para nosotros– en nuestro ser. Y es así que hemos conocido por la vía de la acción, no de la contemplación.
Otra prueba, creo, de la devoción de Jacobo por el movimiento y de su intención de desubicar las cosas es la manera como aparecen construidos los versos. Parece la prueba más obvia, porque es lo primero que salta a la vista del lector, pero vale la pena explicarlo un poco. Aquí un ejemplo de la disposición tipográfica de la mayoría de los poemas:
Como se puede apreciar, no se trata de versos lineales, de renglones ordenados, sino que aparecen dispersos en la página, regados, prodigados. Justo la manera desperdigada como percibimos las cosas. En la experiencia habitual, las cosas materiales –cualquier cosa material: esta mesa, esta persona, este frío, este calor– no se nos ofrecen a la percepción discursivamente, ordenadamente, sino a retazos, a trozos de experiencia, retales de información. Cuando este principio se lleva al poema y a la disposición quebrada, desperdigada, de sus versos, equivale a llevar al hombro la cámara de la percepción, en lugar de apoyarla en un cómodo pero impostado tripié. No creo que la mención de Marcel Duchamp en algún momento del libro (en el poema de la página 35) sea ajena a esto, pues existe un cuadro de Duchamp (Desnudo bajando la escalera, No. 2) que, me parece, ilustra la forma como Jacobo desubica las cosas. En este cuadro, el movimiento del cuerpo humano, la figura de una mujer, aparece desmontado en momentos simultáneos, de forma tal que lo que resalta en el cuadro no es el cuerpo mismo, sino su movimiento; de la misma manera que en los poemas de Jacobo no resaltan en sí mismos los asuntos de los poemas, no resaltan las cosas que ahí se nombran, sino el movimiento de las mismas y la percepción fragmentaria, aleatoria y un tanto caótica de esas cosas. De esas desubicadas cosas. Por eso es que la disposición entrecortada de los versos no me parece casual.
Incluso en los versos menos dispersos, en los poemas que usan el tripié, aquellos en los que la versificación se muestra más tradicional, las cosas no pueden simplemente ser. Son lo que son y son también otra cosa, según la perspectiva de quien las conoce y de quien, por ende, violenta su presunto ser. Termino este artículo con el ejemplo de este poema de Jacobo en el que una moneda de dos pesos se impregna de connotaciones temporales y humanas y acaba por trascender su ser de moneda para proyectarse en una realidad cuyos actos se disparan en múltiples dimensiones:
DOS PESOS
más allá de la jungla de automóviles
enterrados bajo el asfalto
se hallan un par de pesos viejos
desfigurados por el agua
y el lodo
esos dos pesos le costaron
un regaño a juan
quien jamás pudo comprar
las tortillas que le encargó su madre
pero eso fue hace veinticinco años
en la superficie
un hombre pita con sus cuerdas vocales
a un taxista
que se saltó dos carriles
sin usar las luces intermitentes
La (des)ubicación de las cosas, de Jacobo Molina, fue publicado por CONARTE en diciembre de 2022 y, en tanto empieza a llegar a las librerías, se encuentra disponible aquí: https://www.instagram.com/tilde_editores/